Es posible que esta situación de dependencia haya contribuido a forzar a Turquía a la decisión de adquirir sus propios medios antiaéreos, pero a la hora de elegir, Ankara ha insistido en que las condiciones financieras y tecnológicas de Estados Unidos no eran aceptables y que ello le ha llevado a preferir la opción rusa. Estados Unidos había advertido que esa decisión no le permitía garantizar su colaboración en el mantenimiento de la seguridad de los aliados, y que si Turquía instala estas baterías rusas no podrá garantizar que se mantenga la compatibilidad operativa con el resto de aliados que utilizan estándares occidentales.
Este no es el único motivo de fricción entre Turquía y la OTAN. Desde que Tayip Erdogán llegó al poder en 2003, su política exterior empezó a desvincularse de las posiciones estratégicas que habían sido constantes hasta entonces, empezando por alejarse de Israel, país con el que las fuerzas armadas turcas habían tenido una tradicional cercanía, y poco a poco de los principales aliados europeos.
Pero en estos momentos, a la OTAN también le preocupan sus relaciones con Rusia, sobre todo después de la anulación de dos de los principales acuerdos de desarme de la época de la Guerra Fría. Precisamente hace una semana se reunió el Consejo OTAN-Rusia por segunda vez en lo que va de año, y, como dijo el secretario general de la Alianza, Jens Stoltenberg, «tenemos puntos de vista fundamentalmente diferentes, pero estamos comprometidos a continuar nuestro diálogo».