La leyenda nos dice que perseguía una cuestión atávica, descubrir el manantial salutífero que «tornaba jóvenes a los añosos».
Nuestro organismo tiene aproximadamente cincuenta billones de células, en cada una de las cuales hay cuarenta y seis cromosomas -formados por ADN y proteínas- que están agrupados en veintitrés parejas.
La excepción son las células sexuales (óvulos y espermatozoides) que cuentan con tan sólo veintitrés cromosomas –uno de cada par-. En los cromosomas se encuentra toda la información genética perfectamente almacenada y organizada.
Cada uno de ellos tiene en sus extremos una serie de secuencias repetitivas llamada telómeros. Metafóricamente, podríamos decir que representan la capucha de plástico de los cordones de los zapatos.
El papel de la telomerasa es clave
A medida que las células se dividen los telómeros se van acortando y, de esta forma, perturban el correcto funcionamiento celular, lo cual conduce inexorablemente al envejecimiento de nuestras células.
Los telémeros no se conforman con eso, sino que como si de un reloj biológico se tratase, cuando su tamaño se reduce a un cierto límite desencadenan las reacciones bioquímicas que acaban en la muerte celular.
Afortunadamente nuestras células tienen un relojero –una enzima- que puede «“retrasar» el tiempo: la telomerasa. De haber existido la fuente de la eterna juventud estaría colmada de ejércitos de telomerasas.
Los genes de la eterna juventud
De todos los genes implicados en el retraso del envejecimiento, el que más titulares de prensa acapara es, sin duda, el «gen Matusalén», un insólito ensamblaje del ADN situado en el cromosoma 2.
Desgraciadamente, este gen no está al alcance de cualquiera, se calcula que tan sólo una de cada diez mil personas lo tiene integrado en su genoma.
Los afortunados son menos susceptibles a padecer diabetes, dolencias cardiacas y disfrutan de una coraza protectora no solo frente al envejecimiento, sino también contra los efectos deletéreos del tabaco o de los alimentos procesados.
Otro de los implicados es el gen MC1R, es trascendental para la fabricación de melanina, el pigmento que protege nuestra piel de los efectos de la radiación ultravioleta. Diversos estudios han apuntado que algunas variantes de este gen hacen que las personas permanezcan dos años más jóvenes, en promedio, que aquellas que no lo poseen.
El llamado NDT80 es otro gen que parece ser clave para el rejuvenecimiento. Cuando se ha activado en células en las que estaba silente se ha conseguido que vivieran el doble del tiempo normal. Parece ser que su importancia radica en fabricar una proteína cuya misión es capaz de activar otros genes.
A la larga caterva de genes antienvejecimiento un grupo de científicos alemanes añadió el gen FOXO3A. Estos investigadores comprobaron que era uno de los responsables de llegar sanos a la décima década de la vida.
Volviendo al vallisoletano Ponce de León, falleció a la edad 62 a consecuencia de las heridas provocadas por unas flechas envenenadas. Vamos que si descubrió la fuente de la eterna juventud, ni bebió de sus aguas, ni se bañó en ellas y si lo hizo, de poco le sirvió.
Pedro Gargantilla es médico internista del Hospital de El Escorial (Madrid) y autor de varios libros de divulgación.