El experimento, una delicia -no se pierdan el vídeo sobre estas líneas- arroja luz sobre el comportamiento lúdico en los animales. Hasta ahora, dice Annika Reinhold, responsable del estudio publicado en la revista «Science», los métodos tradicionales de la neurociencia, que a menudo dependen de un estricto control y condicionamiento, no habían permitido conocer qué pasa en el cerebro del animal que juega, una actividad que es ejercida en libertad y que no busca más beneficio que el de pasar un buen rato.
Cosquillas como premio
Reinhold y su equipo enseñaron a ratas macho adolescentes a jugar una versión simplificada, de rata contra humano, del escondite en una habitación de unos 30 metros cuadrados. Después de unas semanas, las cobayas no solo supieron jugar, sino que también aprendieron a alternar entre esconderse y buscar a su contrincante humano. Además, según los investigadores, terminaron desempeñando cada función en un nivel «altamente competente».
De acuerdo con el estudio, cuando les tocaba buscar, los roedores aprendieron a hacerlo hasta dar con el humano oculto. Si les tocaba esconderse a ellos, permanecían en su lugar hasta ser descubiertos por el jugador humano. En lugar de con comida, los autores premiaron los comportamientos exitosos de ocultación y búsqueda con interacciones sociales divertidas, como cosquillas, caricias o juegos bruscos (empujones o caídas). Unas situaciones que recuerdan mucho al juego con pequeños humanos.
Un juego muy antiguo
Los resultados muestran que los animales se convirtieron en jugadores más estratégicos con el tiempo, empleando búsquedas sistemáticas, señales visuales e investigando los escondites del pasado de sus homólogos humanos. Cuando se escondían, permanecían en silencio -¡algo realmente complicado con los niños pequeños!- y cambiaban de ubicación, prefiriendo esconderse en cajas de cartón opaco en vez de en cajas transparentes.
Los estudios neuronales revelaron una intensa actividad de la corteza prefrontal del cerebro de las ratas que variaba según los momentos del juego y el papel que les tocara llevar a cabo (esconderse o buscar). Para los autores, las elaboradas capacidades cognitivas de las ratas para jugar al escondite sugieren que este juego podría ser muy antiguo en la historia de la evolución.