Proteínas de hace 1,7 millones de años hablan tanto como el ADN

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El ADN antiguo ofrece una información valiosísima acerca de la evolución de la vida en la Tierra, incluidos nuestros propios pasos como especie. Sin embargo, es frágil y su obtención está limitada en el tiempo. El genoma más antiguo secuenciado hasta ahora es el de un caballo que vivió hace 700.000 años en Canadá, recuperado de un hueso congelado en el permafrost cerca del Ártico. Y entre la familia humana, el de un Homo heidelbergensis
, un pariente que habitaba la Sima de los Huesos de Atapuerca hace 400.000 años.

Ahora, una nueva investigación publicada en la revista «Nature» ha fulminado el récord de lectura de datos genéticos al secuenciar proteínas en el diente de un rinoceronte que vivió hace 1,7 millones de años en Dmanisi, Georgia. Nada menos que un millón de años antes que el caballo canadiense. Los resultados, dicen los investigadores, abren las puertas a una «revolución» en el estudio de la evolución desde tiempos remotos que podría también cambiar lo que sabemos sobre nuestros propios orígenes.

El equipo internacional, formado por 48 investigadores entre los que se encuentran dos profesores de investigación ICREA del Instituto Catalán de Paleoecología Humana y Evolución Social (IPHES) en Tarragona, utilizó una tecnología innovadora llamada espectrometría de masas para analizar el diente de un Stephanorhinus etruscus, un rinoceronte extinto que vivió en Eurasia durante el Pleistoceno. El fósil fue descubierto en el yacimiento de Dmanisi, Georgia.

Los resultados permitieron conocer nuevos datos sobre el linaje de este rinoceronte de dos cuernos y de dos metros y medio de longitud, adaptado a espacios abiertos, grácil y de hábitos corredores. Por ejemplo, que corresponde a un grupo hermano del rinoceronte lanudo y que «tiene al de Sumatra, en peligro de extinción, como pariente vivo más próximo», explica Jordi Agustí, del IPHES.

Más atrás en la evolución humana
El ajuste del linaje evolutivo de una especie puede parecer un pequeño avance, pero las repercusiones de secuenciar proteínas de fósiles tan antiguos son muchas. Mientras que el ADN sólo parece sobrevivir durante unos cientos de miles de años, las proteínas pueden aguantar en buen estado millones de años. Y la información que se obtiene de ellas es equivalente a la que ofrecería el ADN si fuera tan estable. «Desde luego, con las proteínas no se puede reconstruir un individuo, pero sí establecer relaciones de unos grupos con otros», explica Agustí. Además, el esmalte de dientes es un material duradero, abundante en los fósiles, que proporciona más información genética que el colágeno, la única otra proteína hasta ahora recuperada de fósiles de más de un millón de años.

Esta técnica podría permitir a los científicos de todo el mundo construir una imagen más grande y precisa de la evolución de cientos de especies, incluida la nuestra. Los datos de ADN que rastrean genéticamente la evolución humana solo cubren los últimos 400.000 años. Pero los linajes que condujeron a los humanos modernos y al chimpancé, la especie viviente genéticamente más cercana a nosotros, se separaron hace unos seis o siete millones de años, lo que significa que los científicos actualmente no tienen información genética para más del 90% del camino evolutivo que llevó a la aparición de Homo Sapiens.

Tampoco se entienden bien los vínculos genéticos entre nosotros y especies extintas como Homo erectus, el homínido más antiguo con proporciones corporales modernas similares a las nuestras, porque todo lo que se sabe actualmente se basa casi exclusivamente en información anatómica, no información genética.

Por eso, los autores creen que sus resultados «revolucionarán los métodos de investigación de la evolución», como asegura uno de los autores principal del artículo, Eske Willerslev, investigador de las universidades de Cambridge y Copenhague. De forma parecida se expresa Agustí: «El fósil (del rinoceronte) viene de Dmanisi, un lugar donde se han encontrado los homínidos más antiguos de Eurasia, los primeros que salieron de África. Se ha abierto una vía de investigación fantástica», subraya.