Mientras tanto, de May debe aprender tres cosas. La primera es que nadie sabe en qué consiste pasar a ser antiguo Estado miembro de la UE. La metamorfosis es de una complejidad mayúscula, por el altísimo grado de interdependencia creado tras 46 años de pertenencia a las Comunidades Europeas y a la Unión. Cualquier gobierno de Londres que aspire a mantener una relación económica ventajosa con Bruselas, debe aceptar normas y estándares europeos sobre los que ya no decidirá. Cuanta más cercanía a su mercado natural, más subordinación.
La segunda enseñanza es de igual calado. Brexit solo se puede negociar la salida teniendo en cuenta su profundo impacto constitucional. Las repercusiones sobre Escocia e Irlanda del Norte son potencialmente muy destructivas y no se puede ignorar que el Parlamento tendrá la última palabra.
May se equivocó al no trabajar desde el primer momento por crear una coalición de diputados de varios partidos que apoyasen el acuerdo de retirada. Al menos veinte diputados conservadores están dispuestos a frenar un Brexit sin acuerdo. La tercera lección que nos deja la primera ministra es la que más le costará aprender a Boris. La negociación exige una atención absoluta al detalle, trabajar codo con codo con expertos y dedicar muchas horas a forjar consensos políticos sobre materias y reglas muy complejas.
El estilo de poder del nuevo primer ministro tiende a lo inspiracional y querría ser transformador. Empieza su mandato entusiasmando a los euro-escépticos, a los que debe defraudar. Por el contrario, en la UE se espera muy poco de él y ha de superar estas bajas expectativas.