Esta semana diecisiete de ellos han secundado una propuesta para que el Parlamento no quede marginado ante una hipotética decisión del gobierno a favor de un Brexit sin acuerdo. Otros miembros del partido «tory» barajan una petición excepcional a la Reina para que intervenga en última instancia y embride a su primer ministro, algo totalmente inusitado. Philip Hammond, todavía Ministro de Economía, se sumará al bando rebelde en breve y no descarta ninguna acción para detener el salto al precipicio que promete Johnson, si Bruselas no le ofrece un acuerdo mejor que el conseguido por Theresa May. El único margen posible sería la reinterpretación de la llamada «salvaguarda irlandesa».
Se trataría de atemperar el automatismo aceptado por la primera ministra, conforme al cual la unión aduanera se prorroga en la isla del Eire a falta de un acuerdo definitivo UE-Reino Unido. La alternativa sería prolongar el período transitorio, pero pactar su final. El negociador comunitario, Michel Barnier, no descarta esta modificación de urgencia, en contra de los intereses de Dublín.
Pero el problema mayor es la expectativa creada por Boris Johnson de salir de la UE, con o sin acuerdo, el 31 de octubre. Los argumentos racionales no hacen mella en su campaña. Con un arenque ahumado en la mano, ha explicado en un mitin que las normas europeas sobre la conservación y presentación de este pescado son excesivas y contrarias al medio ambiente. La Comisión ha replicado con una breve declaración, precisando que justo ese tipo de reglas proceden de los Estados miembros: la ventanilla de reclamación, en Londres.