La cultura otaku, así es como se suelen llamar a los aficionados al manga y al anime (japoneses o no), no solo es una industria billonaria, sino que ya forma parte de las estrategias del gobierno japonés, con iniciativas como el Cool Japan, que fomenta la popularización del manga, el anime e incluso la moda japonesa fuera de sus fronteras; entendiendo que es una forma de influencia cultural (lo que se conoce como «soft power»), que tiende puentes entre culturas y, por supuesto, ofrece considerables beneficios económicos.
La tragedia de Kyoto Animation supone entonces un golpe duro para muchísimos japoneses, pero también para un público occidental, que desde hace años ha demostrado que adora y se ha hecho suya la cultura otaku. Fundado por extrabajadores de Mushi Production, el estudio de Osamu Tezuka que inició todo el fenómeno del anime televisivo, son pocos los que tengan la fama de KyoAni (así es como se suele llamar al estudio), que se ha dado a conocer con grandes títulos, muchos de los cuales se han convertido en auténticos éxitos con un impacto cultural considerable.
El estudio se ha ganado la fama de cuidar mucho la calidad de sus productos, en parte, porque su plantilla se ha formado con trabajadores estables que perciben un sueldo, en lugar de trabajadores freelance que cobran por cada ilustración. Es en definitiva, un estudio especial, con una gran comunidad de fans que ahora mismo se encuentra desolada por el trágico suceso.
A las pocas horas, se iniciaba una recogida de fondos para el estudio, y aunque, por ahora, Kyoto Animation no ha pedido ninguna ayuda, los miles de dólares recogidos en apenas unas horas son prueba suficiente de la devoción por Kyoto Animation, pero también del cariño que siente el público, de todas partes del mundo, hacia la animación japonesa en general.
Oriol Estrada Rangil es presidente de la asociación de críticos de cómic.