¿Por qué los soviéticos no llegaron a la Luna?

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El 4 de octubre de 1957 una esfera metálica y brillante de solo 58 centímetros cambió la historia del siglo XX. La Unión Soviética acababa de lanzar el «Prosteyshiy Sputnik-1» (algo así como «satélite elemental 1»), el primer satélite artificial de la historia. Aunque el Sputnik apenas estuvo funcionando tres semanas, los estadounidenses quedaron aterrorizados: en plena Guerra Fría, su enemigo natural acababa de lanzar al espacio un aparato capaz de volar sobre sus cabezas sin que nadie pudiera evitarlo. Lo que se llamó crisis del Sputnik se convirtió en el interruptor que comenzó la carrera espacial: «¡Controlar el espacio es controlar el mundo!» dijo por entonces el senador, y luego presidente, Lyndon B. Johnson.

Antes de que hubiera una reacción americana, el 3 de nomiembre de 1957 los soviéticos lanzaron el Sputnik 2, de casi 500 kg de peso. En su interior viajaba Laika, una pobre perra callejera de Moscú que se convirtió en el primer ser vivo en viajar al espacio. Lo cierto es que la reacción de los estadounidenses fue terrible. Su gran respuesta al desafío del Sputnik, un satélite un kilogramo y medio del tamaño de un melón, no tuvo el destino previsto: el misil Vanguard que lo transportaba saltó por los aires el 6 de diciembre de 1957 en pleno lanzamiento. La prensa, aguda, lo renombró como «Kaputnik». Por ironías del destino, el satélite quedó intacto y hoy se conserva en un museo.

El presidente de Estados Unidos, el condecorado héroe Dwight Eisenhower, estaba indignado, así que decidió tomar cartas en el asunto. Dejó los cohetes en manos de los militares, puso al mando a Werner Von Braun, el ingeniero que desarrolló los misiles V-1 y V-2
para Adolf Hitler y permitió la participación de otros expertos provenientes de la Alemania nazi. Eisenhower también multiplicó el presupuesto y fundó la NASA en julio de 1958. Por entonces, los rusos ya habían enviado grandes sondas a la Luna. El próximo paso lógico era enviar un hombre al espacio.

Gagarin, el primer hombre en el espacio
A las 09.06 del 9 de marzo de 1961 un cohete R-7 encendió los motores y lentamente ascendió en el aeródromo de Baikonur. En su cumbre, el piloto Yuri Gagarin viajaba dentro de una cápsula Vostok.

«¡Queridos amigos, conocidos y desconocidos, queridos compatriotas y pueblos del mundo entero!», dijo el cosmonauta en un mensaje grabado antes del despegue. «Dentro de unos minutos un poderoso cohete soviético lanzará mi nave hacia las inmensidades del espacio exterior. Ahora veo pasar toda mi vida antes los ojos como si fuera tan solo un suspiro!». Lo que bien podría haber sido un epitafio, se convirtió en el testimonio del primer hombre en viajar al espacio. Así las cosas, en aquel momento los soviéticos habían puesto en órbita a un hombre; los estadounidenses a un chimpancé.

Pronto, los estadounidenses pisaron el acelerador y la carrera espacial alcanzó su punto álgido. El programa Mercury de Estados Unidos completó sus primeros vuelos tripulados, lanzando a Alan Shepard, Gus Grissom y John Glenn. Mientras tanto, el programa Vostok soviético siguió marcando el ritmo, con el primer vuelo orbital de larga duración, en el que Guerman Titov se convirtió en la primera persona en pasar en órbita un día entero. La cosmonauta Valentina Tereshkova se convirtió en la primera mujer en viajar al espacio, el 16 de junio de 1963.

Kennedy señala a la Luna
Mientras todo esto ocurría, algo todavía más importante se estaba gestando. El 25 de mayo de 1961, solo un mes después del vuelo de Yuri Gagarin, el casi recién elegido presidente John F. Kennedy dio un importante discurso ante el Congreso. Era evidente que los soviéticos llevaban la delantera y que podrían poner muchos hombres en órbita o incluso lanzar una estación espacial. Las cosas, sin embargo, parecían más equilibradas en el caso de aventurarse a aterrizar en la Luna. La tecnología sería nueva tanto para unos como para otros. Por tanto, era momento de mirar hacia la Luna.

«Creo que este país debe comprometerse a desembarcar un hombre en la Luna y devolverlo sano y salvo a la Tierra antes de que termine esta década», dijo Kennedy en un histórico discurso pronunciado en Houston el 12 de septiembre de 1962. «Ningún proyecto espacial aislado de este periodo impresionará más a la humanidad ni tendrá mayor relevancia para la exploración espacial a largo plazo; y ninguno resultara tan difícil o tan costoso de llevar a cabo».

En aquel momento, arrancó una carrera total por llegar a la Luna. Para los estadounidenses el primer paso fue iniciar el proyecto Gemini. Este creó la primera nave espacial auténtica, capaz de cambiar de órbita y volar realmente por el espacio, en vez de seguir la trayectoria prefijada con el lanzamiento. En la Unión Soviética, se comprendió que el proyecto de la nave espacial Soyuz no llegaría a tiempo, así que se improvisó el diseño de una nave de tres plazas basada en la Vostok: la Vosjod.

El primer paseo espacial
A pesar de que la nave soviética se creó de forma apresurada, los rusos lograron adelantarse, de nuevo. El 18 de marzo de 1965 Alexei Leonov se convirtió en la primera persona en hacer un paseo espacial. Eso sí, lo que los rotativos soviéticos no contaron es que Leonov se las vio y se las deseó para volver a entrar en su nave después de comprobar cómo su traje presurizado se hinchaba como un muñeco. Su triunfo quedó plasmado en monedas, medallas, sellos e insignias.

Estados Unidos se quedó paralizado momentáneamente. Pero el 3 de junio de ese año, Ed White hace lo propio a bordo de una Gemini. Este paseo espacial fue más suave que el de Leonov y estuvo acompañado de mejores fotos, aunque White también tuvo problemas para volver a entrar en su nave.

Después de aquello, los americanos lanzaron un total de nueve vuelos Gemini, tripulados entre otros por Buzz Aldrin, Neil Armstrong o Ed White (el primer estadounidense en órbita) para hacer todo tipo de pruebas de maniobrabilidad y de acoplamientos, indispensables para llegar a la Luna. Además, se siguieron haciendo misiones más largas. Con el último vuelo de una Gemini, el 11 de noviembre de 1966, llegó el momento de dirigirse a la Luna y de arrancar el programa Apolo.

Arranca el programa Apolo… desastrosamente
En un comienzo las dificultades técnicas fueron enormes. Nadie se ponía de acuerdo en cómo se debía viajar hasta la Luna. Los motores F1 de Von Braun no funcionaban, el módulo lunar pesaba demasiado y el módulo de mando era un auténtico desastre. Por si fuera poco, el 27 de enero de 1967 ocurrió una auténtica catástrofe: la tripulación del Apolo 1, compuesta por Gus Grissom, Ed White y Roger Chaffe, murió cuando su cápsula de entrenamiento se incendió, en medio de una simulación.

«¡Hay fuego en la cabina!», dijo Chaffee. ¡«Esto es un incendio, hay que salir!», dijo otra voz. Los monitores mostraron brevemente a Ed Wite tratando de abrir la escotilla, pero su diseño era demasiado complejo y requería de 90 segundos para abrirse. El personal de rescate tuvo que retroceder, porque el fuego salió al exterior. Cuando se logró acceder a la cápsula, cinco minutos más tarde, se encontraron un escenario de pesadilla.

«Si morimos, no guarden luto. Estamos embarcados en una empresa peligrosa y aceptamos los riesgos», dijo Gus Grissom tres semanas antes de morir en el incendio. Pero lo cierto es que, mientras la NASA investigaba qué había ocurrido, quién debía salir del programa y qué medidas tomar, Apolo quedó temporalmente paralizado.

Los soviéticos manifestaron sus condolencias públicamente. «El pesar del pueblo estadounidense lo comparten los pueblos de todos los países. En realidad los cosmonautas representan en cierto modo a la Tierra entera, a toda la humanidad en la inmensidad del Cosmos, sin que importe de qué país procedan», dijo una nota de prensa de la embajada soviética, el 1 de febrero de 1967, Pero en secreto, muchos responsables soviéticos suspiraron con alivio, agradecidos por haber ganado algo de tiempo para la empresa de llegar a la Luna.

El gigantesco cohete soviético para ir a la Luna
Si en Estados Unidos Von Braun supervisaba el desarrollo de un gigantesco cohete para llegar a la Luna, el Saturno V, en la URSS un ingeniero, de nombre Sergei Koroliov (cuya identidad fue un secreto de estado y al que los estadounidenses llamaban Señor X) hacía lo propio con un monstruo aún más potente: se trataba del cohete N-1. Este tenía 107 metros de alto (cuatro menos que el Saturno) y producía 4,5 millones de kilogramos de empuje frente a los 3,4 del americano. En vez de cinco potentes motores, como el estadonunidense, dependía de 30 motores más pequeños.

Además, los soviéticos ya habían desarrollado su propia versión de un módulo lunar: el LK o «Lunniy Korabl», diseñado para que un cosmonauta se posase en la Luna. ¿Qué podía fallar?

El programa espacial soviético estuvo marcado por una competición feroz entre varios diseñadores y el ingeniero militar Vladímir Cheloméi, quien quería desarrollar su propio lanzador basado en su UR-500 (Protón). Koriolov tampoco se puso de acuerdo con el ingeniero Valentín Gluskhó, quien pretendía usar motores no criogenizados, y tuvo que recurrir a un fabricante de motores a reacción.

La complejidad del proyecto del N-1, impulsado por Koroliov, empezó a alargar los plazos, en medio de enconados debates e interferencias burocráticas y políticas.

Finalmente, la repentina muerte del ingeniero Sergei Koroliov, el 14 de enero de 1966, trastocó el proyecto. El que fuera superviviente del gulag de Stalin murió por complicaciones en una cirugía de colon. Aunque cuatro meses después le sucedió Vasily Mishin, el proyecto lunar soviético se hundió. El sucesor de Koroliov no tenía las dotes políticas ni la capacidad de mando de su predecesor. El cohete N-1 sencillamente no pudo despegar.

En abril de 1967, tres meses después de la tragedia del Apolo 1, le tocó a la Unión Soviética sufrir un accidente. El cosmonauta Vladimir Komarov falleció al precipitarse su nave en tierra, después de que el paracaídas se enredase. Komarov, que manifestó sus dudas por la seguridad de la cápsula antes del lanzamiento, se vio obligado por las autoridades a volar. Ya en la órbita perdió el control de la nave y trató de hacer un aterrizaje de emergencia. Antes de fallecer tuvo tiempo de maldecir a los ingenieros.

Por entonces, el programa soviético iba ya bastante por detrás del programa Apolo. A finales del 68, se hizo evidente la realidad. Tanto el N-1 como el módulo lunar LK languidecían en un desarrollo eterno, mientras que los Saturno V y una tripulación del Apolo 8 orbitaba la Luna. Faltaban escasos meses para el vuelo del Apolo 11.

La enorme explosión que acabó con el sueño
El 21 de febrero de 1969 se decidió lanzar por fin el cohete N-1 en un primer vuelo de prueba con el que sobrevolar la Luna. Segundos después de la ignición y de que la mole se levantase en el aire, los 30 motores se apagaron repentinamente. El cohete causó una gigantesca explosión, que mató a 91 personas y que lanzó restos a una distancia de 52 kilómetros. El suceso no se hizo público hasta 1995.

Finalmente, el 3 de julio de 1969, con la misión Apollo 11 programada para dos semanas más tarde, los soviéticos prepararon un segundo lanzamiento del N-1. En este caso, el objetivo era orbitar la Luna y tomar fotografías para un posible alunizaje. De nuevo, el N-1 explotó cuando apenas llevaba en el aire unos segundos.

El plan B soviético
Pero los soviéticos tenían un plan B. En diciembre del 68 idearon una mentira: ¿y si dijeran públicamente que ellos explorarían la Luna con robots en vez de arriesgar la vida de sus cosmonautas de forma innecesaria? La solución fue enviar una sonda robótica cuyo ambicioso objetivo era alunizar en el satélite y traer muestras de polvo lunar a la Tierra. Así, mientras que los estadounidenses presumieran de sus logros, un sofisticado robot soviético podría hacer el trabajo incluso mejor que ellos.

La sonda Luna 15 despegó el 13 de julio de 1969, solo tres días antes que la misión Apolo 11. El aparato llegó a la órbita de la Luna pero un fallo en el altímetro dio al traste con los planes soviéticos. Para mayor consternación, la sonda se estrelló en el mar de la Crisis a una velocidad de casi 500 kilómetros por hora, unas horas después de que Neil Armstrong pisara el satélite.

Se intentó lanzar el cohete N-1 en otras dos ocasiones, pero solo se logró el mismo resultado que en las ocasiones anteriores. Finalmente, el proyecto fue cancelado por Leonid Brézhnev en 1974.

Nikolái Kamanin, jefe del cuerpo de cosmonautas soviético entre 1960 y 1971, dijo que la clave del fracaso soviético fueron las luchas internas y la adopción de una filosofía de diseño basada en crear naves espaciales automáticas, de gran complejidad, en la que los cosmonautas eran prácticamente meros pasajeros y cuya destreza no tenía un papel relevante. A pesar de los pésimos comienzos, Estados Unidos demostró que la pericia y la tecnología, combinadas en la medida justa, eran suficientes para lograr lo imposible.