Por eso, y en caso de que todo saliera mal, el entonces presidente norteamericano, Richard Nixon, tenía preprado un «plan secreto» que no vería la luz hasta tres décadas más tarde.
Según explica la revista Live Science, cuando Neil Armstrong y Buzz Aldrin se convirtieron, aquél histórico 20 de julio de 1969, en los primeros humanos en pisar la Luna, Nixon pasó a ser, también, en el primer humano en hacer una llamada telefónica a un mundo ajeno a la Tierra. Una llamada que hizo, por cierto, desde el mismísimo despacho oval de la Casa Blanca.
En aquella conversación, Nixon les dijo a los astronautas que todo el mundo estaba orgulloso de ellos y que «debido a lo que habéis hecho, los cielos se han convertido en parte del mundo de los hombres».
Al mismo tiempo, sin embargo, el presidente tenía preparada otra llamada muy diferente, esta vez a las esposas de Armstrong y Aldrin, para comunicarles que estaban a punto de convertirse en viudas.
La situación, desde luego, era de lo más delicada. E incluso después del exitoso aterrizaje del módulo lunar, nada garantizaba que Armstrong y Aldrin consiguieran después regresar al módulo de mando, que les esperaba en órbita, lo que les habría condenado irremisiblemente a morir en la Luna. Con esa idea en la mente, Nixon le pidió a su «escritor de discursos» William Safire un plan alternativo para poner en marcha en el caso de que se produjera un «desastre lunar».
Tal y como explicó el propio Safire en 1999, año en que el documento vio la luz por primera vez, poner el módulo de descenso de nuevo órbita para que se encontrara con el módulo de mando fue una de las partes más arriesgadas y peligrosas de toda la misión. Se trataba de un desafío sin precedentes para los astronautas del Apolo 11. «Si no hubieran podido conseguirlo -dijo entonces Safire- habría que haberlos abandonado en la Luna, dejarlos morir allí. Los astronautas habrían tenido que morir de hambre, o suicidarse».
En el caso de que eso hubiera sucedido, la NASA habría cortado de inmediato las comunicaciones con los astronautas condenados, y al presidente se le habría encomendado la delicada tarea de contarle al mundo lo sucedido. El 18 de julio de 1969, apenas dos días antes del histórico alunizaje, Safire envió su plan secreto a HR Haldeman, jefe de personal de Nixon. En él había instrucciones precisas sobre cómo el presidente habría tenido que llamar, primero, a las viudas de los astronautas, y pronunciar, después, un discurso a la nación explicando cómo «el destino ha dispuesto que los hombres que fueron a la Luna a explorar en paz, se quedarán en la Luna para descansar en paz. Estos valientes, Neil Armstrong y Edwin Aldrin, saben que no hay esperanza alguna de recuperarlos. Pero también saben que en su sacrificio sí hay una esperanza para la Humanidad».
El discurso, que reproducimos junto a estas líneas, decía también que más hombres seguirían los pasos de la tripulación del Apolo 11, y que ellos «seguramente encontrarán el camino a casa». Pero Armstrong y Aldrin «fueron los primeros, y seguirán siendo los primeros en nuestros corazones. Cada ser humano que mire a la Luna en las noches venideras sabrá que hay un rincón de otro mundo que será para siempre de la Humanidad».
En los días siguientes al discurso, los astronautas recibirían una sepultura simbólica en el mar, en un ritual público durante el que se encomendarían sus almas, según las instrucciones de Safire, «a las profundidades más profundas».
The Richard Nixon Presidential Library and Museum
Este es el discurso alternativo con el que Nixon habría tenido que anunciar al mundo el fracaso de la misión Apolo 11