Merkel volvió a aparecer ayer sentada a la hora de escuchar los himnos nacionales durante una visita oficial, tras varios episodios de temblores en público que han levantado una ola de rumores. El protocolo fue modificado para que pudiera sentarse en una modesta silla blanca junto a la primera ministra moldava Maia Sandu, mientras la banda militar hacía los honores. Ya había eludido el protocolo, también sentándose, durante una parte de la ceremonia de bienvenida de su homóloga danesa, Mette Frederiksen, mientras su equipo insiste en que «está bien» y en que los detalles sobre esa dolencia pertenecen a su esfera «privada».
La imagen de sus temblores dando la vuelta al mundo y los movimientos con los que sus más estrechos colaboradores se sitúan progresivamente en nuevas colocaciones, señalan la llegada de un final de era sobre el que Merkel reflexionará sin duda durante sus vacaciones
, que empiezan el próximo domingo. Y el balance es muy denso. Sus partidarios subrayan que durante esta década y media Alemania ha ganado en reputación y que por primera vez una alemana se ha convertido en ejemplo para mujeres de todo el mundo. Su conciliación equilibrada, su pragmatismo silencioso y su modestia sin pretensiones han resultado relajantes en un panorama en el que el postureo y el populismo se han hecho con importantes líderes globales. Su tono de amistosa decencia es valorado en todo el mundo. Y económicamente ha sido una etapa muy exitosa para Alemania a pesar de la crisis, en eso hay un gran consenso.
Pleno empleo, presupuestos equilibrados, reducción de la deuda… los alemanes son más ricos que nunca, aunque sus críticos destacan que la brecha de ricos y pobres ha crecido y que la sociedad se ha polarizado. Si le preguntasen a ella, seguramente admitiría como su principal derrota el no haber logrado evitar el surgimiento del partido antieuropeo y antiextranjeros Alternativa para Alemania (AfD). La oposición señala, en cambio, la política energética y climática, así como el manejo de la inmigración. Lo que está claro es que, a sus 65 años, Merkel puede presumir de haber cambiado Alemania. Desde la abolición del servicio militar obligatorio y la energía nuclear hasta la legislación del matrimonio gay; desde la liberalización del transporte en autobús de larga distancia hasta la entrada en el Euro-Ejército; desde la internacionalización económica hasta el 5G. En raras ocasiones ha logrado Alemania tantos cambios con tan pocos conflictos sociales como bajo su égida. Sopla las velas erigida en moderadora del progreso y «madre política» para toda una generación de jóvenes que no conocen una Alemania que no sea gobernada por ella.