Los candidatos a vicepresidente de EE.UU., J.D. Vance y Tim Walz, están citados este martes en Nueva York para medirse en el que apunta a ser el último duelo entre candidatos antes de las elecciones del próximo 5 de noviembre: el debate entre los segundos del ‘ticket’ presidencial republicano y demócrata. Vance -senador por Ohio y elegido por Donald Trump en julio para ser su vicepresidente- y Walz -gobernador de Minnesota y sumado a la incipiente candidatura de Kamala Harris a comienzos de agosto- tendrán la oportunidad de empujar a los candidatos a la presidencia en la oportunidad final de las campañas de confrontar posiciones y convencer a los votantes. Harris y Trump solo han celebrado un debate, el del pasado 10 de septiembre, un duelo volcánico en el que la candidata demócrata salió ganadora, pero que no ha movido apenas las encuestas en una elección ajustada al máximo. El candidato republicano ha preferido romper la tradición -lo habitual es que haya tres debates- y ha rechazado la posibilidad de un segundo debate en el que nada invita a pensar que mejoraría su posición (Trump se escuda en que Harris quiere otra cita porque perdió en la primera). El debate entre Walz y Vance es a las nueve de la noche (tres de la mañana del miércoles en España) y se celebra en los estudios del Midtown de Manhattan de la cadena CBS, la organizadora de la cita. La relevancia de estos debates entre candidatos a vicepresidente suele ser limitada. Este año es algo diferente. La escasez de debates entre candidatos (el de Trump con Joe Biden, que precipitó la renuncia del presidente a su reelección, parece de otra era) da al duelo entre Vance y Walz una importancia especial. Como también lo es el hecho de que Trump busca batir el récord de Biden de convertirse en el presidente electo más viejo de la historia (tiene 78 años) y Vance, a sus 40 años, se convertiría en el recambio inmediato en caso de que el multimillonario neoyorquino ganara la elección y tuviera que dejar el cargo antes de tiempo. Como siempre, la cita servirá para que el electorado conozca mejor a los segundos del ‘ticket’, que suelen pasar muy desapercibidos en campaña. Será, de alguna manera, la gran oportunidad para presentarse y para reforzar la candidatura de sus partidos, la demostración de que son una razón más para votar a Trump o Harris, algo decisivo en una elección donde las encuestas muestran un empate técnico en los estados decisivos. Precisamente, la elección de Vance y Walz como candidatos a vicepresidente tiene que ver con el intento de Trump y Harris de reforzar su posición en batallas que importan. Ambos son una apuesta -desde ángulos muy diferentes- para seducir al votante de clase media y de clase trabajadora, clave en territorios como Pensilvania, Michigan, Wisconsin o Carolina del Norte. Ambos candidatos buscan conectar con esos votantes desde una conexión personal y política. Vance es un producto de la América profunda empobrecida, criado en una familia humilde, desestructurada, afectada por las adicciones. Salió de allí por sus propios méritos -tras servir con los Marines, estudió en Yale e hizo fortuna en Silicon Valley- y, después de haber criticado con fuerza a Trump hasta 2020, ahora ha abrazado la bandera del populismo de derechas, en especial, su mensaje económico. La elección de Walz, por su parte, es un intento de Harris de reconciliar al Partido Demócrata con la clase media y trabajadora, en especial de la población blanca, que se fue en masa con Trump en su aparición política en 2016. Harris ha tratado de combatir la idea de que representa a las elites demócratas de las costas -ella fue fiscal de distrito de San Francisco y fiscal general de California- para mejorar su posición en estos estados. Tanto Vance como Walz han destacado como comunicadores eficaces. El candidato republicano ha sido una de las voces con más presencia en la prensa en el último año, con apariciones innumerables en entrevistas televisivas y, bajo el ala de Trump, desplegándose por todo el país con una agenda frenética. En el caso de Walz, una de las razones por las que Harris le eligió es por su capacidad de comunicarse con la gente común. Antes de la renuncia de Biden y del ascenso de Harris, Walz ganó presencia en la campaña por apariciones con su gorra de cazador y camiseta y por crear uno de los ataques más efectivos contra Trump y los republicanos. Dijo de ellos que son «raros», algo que caló pronto en redes y memes. Se espera un debate tenso donde no faltarán ataques personales, que ya han intercambiado. Vance ha acusado a Walz de mentir sobre su paso por la Guardia Nacional y seguro que su historial militar saldrá a relucir. Pero el candidato republicano se ha pasado de frenada en varias ocasiones -las acusaciones infundadas a los inmigrantes haitianos de que se comen los perros y gatos de los vecinos de Springfield (Ohio)- y tiene posiciones difíciles del pasado -su apuesta por una prohibición nacional del aborto, la declaración poco feliz contra las «mujeres sin hijos con gatos- que Walz le afeará. El formato no ayudará a que sea una cita civilizada. Los micrófonos estarán abiertos mientras habla el otro candidato -lo que dará paso a interrupciones- y los moderadores no harán comprobaciones en directo de la veracidad de las afirmaciones (‘fact checking’). De lo que no hay duda, es que Walz y Vance se acusarán de forma mutua de ser «radicales». El demócrata dirá del republicano que persigue el llamado ‘Proyecto 2025’, un ideario ultraconservador del que Trump ha tratado de alejarse. El republicano dirá del demócrata que es «peligrosamente liberal». Nada nuevo, pero buena parte del interés será ver si alguno incurre en algún traspiés perjudicial para sus jefes.