Vuelve la ley del látigo y de las piedras con la sharía más brutal en Afganistán

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La vida de Mahjuba en Afganistán antes de la vuelta de los talibanes no era perfecta, pero podía acudir a su trabajo como profesora en una escuela de secundaria. Paseaba con su hija de dos años por los parques públicos de Kabul y no tenía por qué preocuparse de si el pañuelo le cubría todo el rostro. Sin embargo, desde que el 15 de agosto de 2021 los talibanes tomaran la capital afgana y volvieran al poder en el país, todo eso cambió. «Recuerdo ese día como el más triste de mi vida. Cuando vi las imágenes de los talibanes entrando en sus convoyes por las calles de Kabul, dije: se acabó», cuenta Mahjuba en conversación telefónica con ABC. Esta mujer, madre de tres hijos (dos niños de ocho y cinco años y una niña de dos), permaneció escondida con su marido en la capital afgana. Ahora, Mahjuba se ha convertido en una activista por los derechos de las mujeres en Afganistán. Sabe que su vida corre peligro. Que en cualquier momento pueden entrar en su casa y llevársela. «Todas las noches sueño con que los talibanes me encuentran y me separan de mis hijos». Un miedo permanente desde agosto de 2021. Porque Afganistán se ha convertido en un país regido por unos fundamentalistas religiosos que siembran el terror allí por donde pasan. Cuando este grupo, considerado por Estados Unidos como terrorista, volvió al poder de Afganistán, insistió en que no tenía nada que ver con los islamistas medievales y brutales que gobernaron el país asiático entre 1996 y 2001. Mujeres contra la barbarie Mujeres en cárceles en Afganistán. Abajo, protestando por sus libertades que los talibanes les han robado. Reuters Esta vez sus miembros quisieron presentarse como más modernos, unos ‘talibanes 2.0’, y al contrario que en su primera etapa –cuando prohibieron la televisión– comenzaron a usar las redes sociales para transmitir sus mensajes. «No hay nada que temer», decía uno de los portavoces talibanes días después de haber tomado Kabul. «Nadie va a perseguir a las mujeres. No habrá violencia contra ellas». Prometieron que se les permitiría trabajar, estudiar e, incluso, participar en el Gobierno. Noticias Relacionadas estandar Si La vida en España de las mujeres afganas que juzgaron el horror de los talibanes Carlota Pérez estandar Si Un centenar de excolaboradores afganos huyen a Irán para saltar a España Carlota Pérez Nada más lejos de la realidad. Durante este año y medio ha habido persecuciones a disidentes y a personal que colaboró con las fuerzas extranjeras durante los últimos 20 años. Uno a uno, los derechos y libertades que en estas dos décadas fueron consiguiendo los afganos han sido borrados de un plumazo por los talibanes. «Mandaban mensajes tranquilizadores sobre la concesión de derechos a las mujeres, pero sabíamos que iban a volver más brutales», señala vía correo electrónico la que fuera viceministra afgana en el Ministerio del Interior, Hosna Jalil, ahora refugiada en EE.UU. después de que intentaran matarla a finales de 2020, antes de la llegada de los talibanes. Implantación de la ley islámica Y tenía razón. El pasado 15 de noviembre el portavoz talibán, Zabihullah Mujahid, a través de un mensaje en Twitter, publicó la orden del líder supremo de Afganistán, Mullah Akhundzada, de que todos los jueces del país debían «aplicar estrictamente la sharía» (ley islámica). Esta norma, que se basa en la combinación del Corán, la conducta del profeta Mahoma y las fetuas (pronunciamientos legales en el islam), tiene un margen considerable para la interpretación. La que han seguido los talibanes lleva a sancionar con castigos corporales los delitos considerados más graves como el adulterio, el consumo de alcohol, el robo o la delincuencia callejera. Las sanciones a estos delitos pueden ir desde las ejecuciones públicas, la lapidación, apuntación o flagelaciones. Durante su primera etapa de control del país, los talibanes obligaban a tener un código de comportamiento y vestimenta determinado. Ahora, ese código de vestimenta para la mujer ha vuelto y están forzadas a llevar el burka, la prenda que más oculta el cuerpo de la mujer, o el chador, cubriéndose todo el cuerpo menos el rostro. Panorama desolador Los últimos informes de las organizaciones internacionales dejan un panorama desolador. Con la retirada de las fuerzas internacionales, lideradas por EE.UU., la pobreza en Afganistán ha aumentado hasta llegar al 95% de la población, según Naciones Unidas. Y las mujeres se han convertido en el eslabón más vulnerable en este Afganistán de los talibanes. Las tasas de matrimonio infantil forzoso se han incrementado en el último año. También los suicidios de las jóvenes y la violencia contra las mujeres y niñas, «incluida la violencia doméstica, que ha aumentado tras el colapso de los mecanismos para su protección», apuntan las investigaciones de Human Rights Watch y Amnistía Internacional. Una de las primeras medidas que el Gobierno talibán tomó fue derogar todas las leyes, en especial la de protección de la mujer de 2004. Fariba fue una de las artífices de esta ley. Como magistrada y presidenta de la Corte de Apelaciones para delitos de violencia contra la mujer y junto a otras 269 compañeras que formaban parte de la carrera judicial afgana, impulsó la creación de un sistema de protección. Hasta se llegó a crear el Ministerio de Asuntos de la Mujer, pero los talibanes lo sustituyeron hace unos meses por el Ministerio para la Promoción de la Virtud y la Prevención del Vicio. «El trabajo de estos 20 años se perdió», cuenta Fariba, ahora refugiada en Madrid. «Tuve que huir de mi país porque iban a matarme. A mí y a mi familia». Continúan las protestas Otras mujeres, como Negina, también activista afgana, no corrieron la misma suerte. Siguen en Afganistán. No tienen los medios económicos para poder abandonar su país. «¿A dónde voy con tres niños pequeños?», se pregunta. «Además, creo que debo quedarme. Tengo que luchar por el futuro de mi hija», añade. Dentro del país, un grupo de mujeres, donde están Negina y Mahjuba, se organizan cada semana para seguir manifestándose por sus derechos. Lo hacen a través de Whatsapp, en un grupo que llamado ‘Mujeres afganas para la participación política’. Comparten ideas para escribir en las pancartas que luego enseñan en las calles de Kabul: ‘Mujeres afganas secuestradas por los talibanes’ o ‘Pan, trabajo y libertad’. Luchan para que se les permita lo que ahora la ley islámica les prohíbe: estudiar, pasear por parques públicos, viajar sin el acompañamiento de un hombre o trabajar. También han puesto en marcha escuelas clandestinas para que las más jóvenes puedan continuar sus estudios, «aunque el temor a ser detenidas hace que muy pocas acudan a estas lecciones», cuentan las activistas. El castigo al que pueden verse sometidas es la cárcel o incluso la flagelación. Ya por las redes se han visto imágenes de mujeres que han sido golpeadas con un látigo durante más de un minuto. Además, las cárceles de mujeres cada vez son más numerosas y las condiciones más penosas. Mahjuba permaneció durante dos semanas en una de esas cárceles. «Las condiciones eran muy malas, pero lo peor no era eso, sino el estigma y la vergüenza que se queda al haber estado ahí». No fue su caso, pero en la mayoría de prisiones las mujeres sufren abusos sexuales y muchas familias llegan a repudiarlas. «Se han olvidado de nosotras. Ya nadie mira hacia Afganistán, pero seguimos luchando, seguimos protestando», dice Hoda Khamosh, otra activista afgana. Hoda logró huir a Noruega y desde allí intenta mantener viva la lucha. Cada semana se manifiesta con otras mujeres en las afueras del Parlamento noruego. «No podemos permanecer en silencio. Una nación entera está bajo tortura».