«Mi madre me llevó en volandas hacia la plaza del mercado, a la bodega de mi abuelo. A nuestro paso, todo estaba en llamas. Yo no entendía qué pasaba», recuerda. Nunca hubo cifra oficial de muertes, pero se estima que falleció la décima parte de la población. «Nunca volví hasta que se fueron los rusos -continúa-. Todo estaba destruido. Mi padre me tuvo que llevar de la mano al instituto porque no sabía ir sola. No había calles».
En las semanas previas al bombardeo, Hitler se había servido de lo que hoy llamaríamos «fake news» para allanar el camino de la opinión pública a la invasión de Polonia. Comandos de las SS realizaron falsas incursiones fronterizas con bandera polaca, a las órdenes de Reinhard Heydrich, jefe de la Oficina Central de Seguridad del Reich. «¡Atención! Aquí Gliwice. La estación está en manos polacas», emitieron los falsos atacantes desde la estación radiofónica alemana de Gliwice, en la Alta Silesia, dirigidos en realidad por Alfred Naujocks.
«Nunca supimos nada de todo eso, no llegaban esas noticias a Wielun», recuerda otro de los alrededor de veinte supervivientes, Tadeusz Sierandt, entonces de ocho años. «Solo recuerdo la angustia en el rostro de mi madre y que me hacía gracia ver a todos aquellos vecinos sin ropa, en pijama, corriendo por la escalera. Pero, al salir de nuestro edificio, ya todo estaba en llamas», repite, «salimos de allí sin nada, con lo puesto, y nunca más volveríamos a ver nuestra casa y nuestras cosas. La mayoría de mis vecinos murieron en camiones de gas en el campo de exterminio de Chelmno nad Nerem».
Wielun es hoy una ciudad bulliciosa de 25.000 habitantes totalmente reconstruida. Solo en la iglesia Jozefa Oblubienca Najswietszej Maryi Panny queda rastro de una destrucción que los historiadores no consiguen explicarse. «Esa sigue siendo la pregunta: por qué el ejército alemán atacó una ciudad sin importancia militar y sin una minoría alemana. Y la respuesta puede estar en que los alemanes sabían que Wielun era una ciudad bicultural, en la que convivían la tradición polaca y la tradición judía», explica el historiador Tadeusz Olejnik. En 1939, un tercio de los residentes eran judíos, dijo, y agregó que «no hay una minoría alemana aquí, a diferencia de otras ciudades en el centro de Polonia».