Nada más que el asteroide mató a los dinosaurios

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Hace 66 millones de años, la vida en la Tierra recibió uno de los mayores golpes que jamás haya sufrido. Algo que transformó para siempre el destino de los seres vivos que la habitan. Un asteroide de unos 10 km de diámetro se estrelló en lo que hoy es la península de Yucatán, en México, desencadenando una serie de terribles acontecimientos que terminaron con la desaparición del 75% de las especies existentes, incluidos casi todos los dinosaurios. Esa es la versión comúnmente aceptada por la comunidad científica. Pero existe otra, defendida por algunos investigadores, que dice que el meteorito no fue el único culpable de la gran extinción del Cretácico-Paleógeno (K-Pg), sino que unas erupciones volcánicas masivas en la India, en la región conocida como las escaleras del Decán, contribuyeron al exterminio.

Entonces, ¿tuvo el asteroide un cómplice en la Tierra? ¿Tuvieron los volcanes algo que ver con el ocaso de los que hasta ese momento eran los reyes del planeta? El debate se ha prolongado durante décadas, pero un nuevo estudio, llevado a cabo por un equipo internacional de investigadores dirigido por la Universidad de Yale, parece ponerle fin. Los resultados, publicados en la revista «Science», niegan que los volcanes del Decán tuvieran algo que ver en la extinción. En realidad, concluyen, la actividad volcánica y el aumento de la temperatura global asociado, que llevaron a muchas especies tropicales a migrar a los polos, finalizaron 200.000 años del impacto del asteroide en Yucatán. Para entonces, la temperatura y los ecosistemas ya se habían recuperado.  

Calentamiento de 2º
Para determinar el momento de la emisión de gases volcánicos, los investigadores generaron una curva de temperatura global desde medio millón de años antes del impacto del asteroide a un millón de años después. Con este objetivo, analizaron miles de fósiles extraídos de fondos marinos de todo el mundo, la mayoría foraminíferos, criaturas formadas por una sola célula cubierta con un caparazón. También moluscos, dientes de pez e incluso hojas de plantas. En este trabajo participó Laia Alegret, paleontóloga en el Instituto Universitario de Ciencias Ambientales de Aragón (IUCA) de la Universidad de Zaragoza. «El caparazón de calcita registra a nivel atómico la temperatura del agua, algo que podemos conocer con un análisis de isótopos», explica a ABC.

Gracias a estos registros, descubrieron que a finales del Cretácico se produjo un calentamiento global de 2º, atribuido a los volcanes indios, «que causó migraciones de especies tropicales a los polos», apunta Alegret. Sin embargo, la situación revertió y estos animales regresaron mucho antes del impacto del asteroide, lo que indica que el vulcanismo «no tuvo nada que ver con las extinciones», subraya.

Recuperación más lenta
Los investigadores también realizaron varios modelos para comprender la influencia de la actividad volcánica. El mejor escenario que encaja con la curva de temperaturas es uno en el que más de la mitad de los gases asociados al vulcanismo del Decán se emitieron mucho antes de las extinciones masivas (con las que solo coincide, una vez más, el impacto del asteroide). Pero justo después hay otra fase de emisiones, lo que parece desconcertante porque no hay un evento de calentamiento que coincida.

Lo que ocurre, según explica Alegret, es que la extinción masiva provocada por el asteroide alteró profundamente el ciclo global del carbono, lo que permitió que el océano absorbiera una enorme cantidad de CO2 volcánico en escalas de tiempo prolongadas, lo que a su vez ocultó los efectos del calentamiento provocado por los volcanes. Eso sí, «aunque no provocaron la extinción, los gases volcánicos sí pudieron ralentizar la recuperación de la vida tras el impacto», señala.

Si los investigadores están en lo cierto, la historia que cuenta cómo un gran meteorito golpeó la Tierra, emitiendo una gran cantidad de material fundido y gases a la atmósfera, provocando lluvia ácida y un invierno nuclear de décadas, sigue siendo la de un criminal que actuaba en solitario.

Viaje al continente perdido
Laia Alegret participó en 2017 en la expedición internacional a Zelandia, un continente perdido que se encuentra sumergido bajo las aguas del Pacífico y del que únicamente afloran sus montañas más altas, que son Nueva Zelanda y Nueva Caledonia. La paleontóloga oscense viajará este mismo viernes a Nueva Zelanda para poner en común con los científicos de la expedición los resultados obtenidos, que serán publicados en las próximas semanas en la revista «Biology». Lo único que puede avanzar la investigadora es que estos resultados van a «sorprender» porque suponen cambios desde el punto de vista geológico sobre cómo se mueven las placas tectónicas.