Mientras que Occidente y los países árabes formaban un coalición para bombardear al Daesh desde el aire y el mar, pero con la línea roja de «no poner tropas sobre el terreno», como repetía en cada intervención el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, Teherán envíaba a su hombre más carismático a la primera línea del frente, y este se hacía fotografías y vídeos con sus compañeros de lucha para difundirlos a través de las redes sociales y grandes medios iraníes. Un hombre cuya historia al frente de las Brigadas Quds resumía la historia de las luchas internas en Oriente Próximo y el reto de Irán de consolidar un «eje de resistencia» en los últimos 16 años.
La primera vez que se había visto a Soleimani en el campo de batalla fue a finales de agosto de 2014 en Amerli, localidad de población turcomana chií que estaba rodeada por los yihadistas y cuyo cerco acabó en 48 horas de combates. Una victoria rápida. Tras el colapso del Ejército iraquí ese verano, el gran ayatolá Alí Sistani llamó a los ciudadanos a tomar las armas y la población chií respondió en masa. Frente a los esfuerzos de Estados Unidos y sus socios de reconstruir el ejército, tarea que llevará años, Irán aplicó los métodos de Soleimani y pocas horas después del llamamiento de Sistani las milicias estaban listas para combatir. Los mismos hombres que durante una década lucharon en la clandestinidad contra Estados Unidos tras la invasión, pasaban a formar la más efectiva fuerza terrestre frente al Daesh.
Los mismos hombres que lucharon contra EE.UU., forman una efectiva fuerza terrestre
Tras la invasión de Irak, como durante los primeros años de la revuelta en Siria, los iraníes siempre habían negado la presencia de sus unidades especiales sobre el terreno, pero esta vez es todo lo contrario. Jabir Rajabi, representante en Teherán de Asaib Al Haq (la Liga de los Justos, la milicia más importante) confesó en una entrevista recogida por el portal iraní Tnews que «la mayor aportación de Soleimani era haber conseguido la unidad de acción entre todas las milicias contra el Daesh. En lugar de darnos el pez, nos enseña cómo pescar y el éxito de nuestras operaciones se lo debemos a él». En los medios nacionales de la república islámica lo que era un secreto a voces ha dejado de ser tabú y «muestran la ayuda de Soleimani y sus hombres en el campo de batalla e informan de las muestras de agradecimiento que reciben», según una veterana periodista consultada en Teherán.
Después de Amerli siguieron llegando fotos del ex «comandante en la sombra» desde otros lugares liberados como Jarf al-Sakhr o al-Dalouiah. La república islámica estaba «usando a Soleimani para mostrar a sus aliados que es la única parte en la que pueden confiar y también para dejar claro que pese a las diferencias políticas, Teherán es su único protector», opina Ali Mamouri, columnista de Al Monitor. Mientras la alianza era incapaz de acabar con el cerco de Kobani después de más de dos meses, los medios iraníes destacan el éxito y rapidez de las operaciones lideradas por sus hombres.
Héroe o terrorista
En las fotografías recientes, este hombre de estatura media y barba y pelo blancos aparece sonriente, pero sin uniforme, armas ni protección aparente, rodeado de milicianos con pose amigable. Una imagen muy diferente de la del comandante al que hasta ahora solo se había visto durante oraciones en fechas señaladas, reuniones de la Guardia Revolucionaria o entrevistas con el Líder Supremo, Alí Jamenei, que le considera un «mártir viviente de la revolución».
Nacido en los sesenta en Rabor, provincia de Kerman, estaba casado y era padre de tres hijos y dos hijas, como recogió el periodista Dexter Filkins en el meticuloso perfil que le dedicó en «The New Yorker» en octubre de 2013. Un texto «elaborado durante más de cinco meses de entrevistas», confesaba el periodista estadounidense a este medio, tan meticuloso como permite una figura inalcanzable, ya que es quien se encarga de dirigir unas brigadas que Filkins defenía como «mezcla entre la CIA y las Fuerzas Especiales».
Soleimani estaba incluido en la lista de «terroristas más buscados» elaborada por Washington, acusado de planificar atentados en medio mundo y ser el responsable de la muerte de cientos de soldados estadounidenses en Irak tras la caída de Sadam Husein en las operaciones ejecutadas por las milicias chiíes que armó y entrenó.
En la lista de «terroristas más buscados» elaborada por Washington
El experto iraní Ali Alfoneh recoge en sus análisis elaborados para la Fundación en Defensa de las Democracias detalles biográficos de Soleimani, al que la revolución de 1979 le sorprendió con 22 años como empleado del servicio municipal de aguas de Kerman, puesto que dejó para enrolarse en las filas de una incipiente Guardia Revolucionaria que Jomeini puso en marcha de inmediato para defender su proyecto islámico de los elementos próximos al Shá. Tras unos primeros meses destinado en el Kurdistán iraní los siguientes diez años los pasó, como millones de iraníes, en la «guerra impuesta» contra Irak en la que comenzó su ascensión en las filas de la Guardia Revolucionaria.
Como el Irak post Sadam, el Irán posterior al Shá se quedó sin un ejército capaz de responder al ataque de Bagdad y fueron las fuerzas irregulares las que llevaron el peso de la guerra. Una experiencia básica para entender la estrategia iraní en todo Oriente Medio de crear un brazo de operaciones externas de la Guardia Revolucionaria para formar grupos como Hizbolá, apoyar a Hamás, o promover la creación del Ejército de Defensa Nacional en Siria y las milicias en Irak, todas menos el brazo de los Hermanos Musulmanes en Gaza, de marcado carácter sectario y leales a las órdenes de Teherán, que no escatima en armas y financiación. Un mapa pensado para el desarrollo de guerras irregulares que aseguren la supervivencia del bautizado como «eje de la resistencia» entre Teherán, Damasco y Beirut. Un pasillo chií frente al sunismo mayoritario y a las puertas del enemigo israelí.
De la cooperación a la guerra
Finalizada la guerra con Irak, Qassen Soleimani pasó la siguiente década volcado en la lucha contra el tráfico de opio afgano en su Kerman natal, de donde saltó al liderazgo de las Brigadas Quds en 1998. En dos años logró que Hizbolá obligara a Israel a retirarse del sur del Líbano a base de atentados y ataques diarios y en 2001 le tocó fijar la estrategia de Irán frente a la operación internacional en Afganistán para acabar con los talibanes. Como ahora el EI, los hombres del mulá Omar eran enemigos de Teherán y, según revelan los testimonios del ex embajador de EE.UU. en Afganistán e Irak Ryan Crocker, entrevistado por Dexter Filkins, Soleimani cooperó en el afianzamiento de la Alianza del Norte, de la que formaba parte la minoría hazara, perteneciente a la secta chií del Islam. Esta cooperación terminó en 2002 cuando George Bush incluyó a Irán en el «Eje del mal» y poco después lanzó la invasión de Irak en la que los grupos chiíes fueron «una pesadilla peor que Al Qaida», según repetían los soldados estadounidenses cuando se les preguntaba sobre los peligros a los que se enfrentaban durante el despliegue.
Todo el trabajo clandestino terminó siendo visible en Siria e Irak donde Soleimani recogió los frutos de su trabajo al ver cómo Bashar Al Assad resistía en su palacio damasceno y Bagdad no había caído en manos del Daesh. Ya no le hacía falta ocultarse. Un enemigo de la talla del Daesh le rescató de la sombra en las que durante los últimos 20 años había dirigido los tentáculos de la guerra sucia iraní por el control regional.
[Perfil publicado en 2014 y actualizado tras conocerse su muerte]