Si nos atenemos a las cifras, defender la gestión de Mugabe resulta imposible. El político, maestro en su día, se ganó la aureola de héroe de la independencia africana por las gestas de juventud. Una vez en el poder, sus decisiones le despojaron de esa gracia. Fueron sus años de gobierno los que le derribaron de los altares.
En 1980, cuando Mugabe alcanzó el poder, Zimbabue tenía una esperanza de vida media de 59,3 años, y su exultante nuevo primer ministrose se presentaba como un líder amable, dispuesto a reconciliar a los negros con la minoría blanca y a entablar buenas relaciones con Occidente. Los nubarrones sustituyeron a los buenos augurios en poco tiempo. La deriva autoritaria en la excolonia británica se consolidó en los años 90. En 2002, la esperanza de vida del país se había reducido a 40,6 años, y los blancos habían sido despojados de sus tierras, que fueron confiscadas. La agricultura se hundió, el sida campó a sus anchas y el sistema sanitario quedó hecho trizas, como recuerda AFP.
Zimbabue se convirtió en una ruina que logró volver a levantarse gracias a la ayuda internacional.
Las confiscaciones de tierras a los blancos sembraron la semilla de la discordia con el Reino Unido. La minoría blanca ostentaba la propiedad de la mayoría de las tierras de Zimbabue, pero el proceso para arrebatar a sus dueños de esas extensiones de terreno tomó la forma de la venganza. El entonces primer ministro inglés, Tony Blair, dijo que Mugabe era un «bárbaro». La entonces secretaria de Estado de Estados Unidos, Condoleeza Rice, también le crítico. El presidente africano atacó diciendo que esa «hija de ancestros esclavos» era «la voz de su amo».