Desde París, el corresponsal Mariano Daranas daba cuenta de un hecho: «Rusia reforzaba sus efectivos en el Oeste, es decir en la frontera polaca, noticia publicada doce horas antes de la acción en el Corredor (…) Todo parece indicar que, en efecto, la acción de Alemania contra Polonia aparecía condicionada a la asistencia de Rusia, primero asistencia diplomática, pero virtualmente y mientras Stalin no disponga otra cosa, Polonia está cogida entre dos fuegos». En efecto, el día 17 la URSS invadía Polonia.
Desde Londres se informaba de la comparecencia del primer ministro Chamberlain: «La catástrofe de la guerra recae sobre un hombre: el canciller alemán. Ha sumido al mundo en una guerra con el fin de servir su propia ambición. Me propongo decir pocas palabras. Ha llegado el momento de la acción. He rogado durante dieciocho meses que la responsabilidad no recayera sobre mí, pero temo no poder evitar esta responsabilidad». «La palabra terrible y fatal ha sonado. Se ha encendido la guerra en Europa. Si aún hubiese una remota posibilidad de atajar el estrago, este movimiento optimista se anularía frente a la realidad de unos acontecimientos no por esperados menos terribles», publicaba ABC. El 1 de septiembre comenzaba, y nadie lo dudaba, la II Guerra Mundial.