El caso de la «instagramer» estadounidense Arii es especialmente paradigmático. Una chica con más de 2,6 millones de seguidores en su perfil de Instagram debía valer su peso en oro. Posiblemente recomendada por algún gurú, decidió sacar, como otras tantas personalidades del sector, una línea de ropa. Negocio asegurado. No fue así: no pudo vender 36 camisetas entre sus seguidores. La demostración que el número de seguidores no representa a una audiencia fiel ni tampoco una masa de potenciales clientes.
El negocio de la publicidad digital empieza a resentirse al tiempo que busca la solvencia de marcas fuertes como garantía de éxito, pero por el camino se ha hinchado una burbuja alrededor de los llamados »influencers» que, ahora, está entrando en fase de madurez; de ajuste. Las empresas de redes sociales son conscientes de que en esta última década han potenciado comportamientos tóxicos impulsados, en parte, por amasar seguidores. Unos seguidores que, en muchas ocasiones, resultan ser falsos.
Una simple búsqueda por internet da una pista: existen numerosas herramientas para comprar paquetes de seguidores por menos de cien euros. Un negocio que, según las estimaciones que hizo una startup, Influencity, en 2016, están metidos más de 20 millones de influencers en todo el mundo. Así que tirando de billetera, cualuqiera se puede presentar como «influencer». La realidad, por más triste que sea, es otra.
El nivel de sospecha sobre fraudes ha ido in crescendo en los dos últimos años. Un escenario que Twitter, red de micromensajes, ha querido corregir con algunos movimientos como eliminar del contador de seguidores a las cuentas que no han finalizado el proceso de creación. Pero el nuevo diseño de su plataforma, que progresivamente está liberándose entre sus 319 millones de usuarios, va por esos derroteros: a simple vista no aparece el número de seguidores de cada uno hasta entras en tu perfil. Si se desincentiva la ansiedad de acumular seguidores, los usuarios producirán mejores publicaciones. Instagram, red de fotografía propiedad de Facebook, también ha dado pasos en esa línea, aunque todavía no lo ha materializado.
La plataforma, que gestiona mil millones de cuenta, ha empezado a experimentar con la la eliminación públicamente de los «me gusta». Una interacción que le ha hecho famosa y que, desde que Facebook apareciera hace quince años, se ha convertido en uno de los códigos conductuales más relevantes. Todavía no lo ha hecho efectivo, pero ya da pistas sobre un posible cambio. Lo ha hecho en siete países (Australia, Brasil, Canadá, Irlanda, Italia, Japón y Nueva Zelanda) pero puede acabar con una de las funciones más populares y, de paso, arrancar la mala hierba.
Con ello, la compañía pretende darle mayor protagonismo a otro tipo de métricas: la influencia será más una cuestión de calidad que de cantidad. «El tema de ocultarlo es porque Instagram ha detectado que tiene mucho volumen de gente que saca tarjeta de perfiles pero sin sacar un duro. Hay empresas que ponen en contacto a prescriptores con marcas; esa parte la compañìa no la ve. lo que se ve son datos cuantitativos», reflexiona en declaraciones a este diario Esteban Mucientes, director de marketing de Microbio Comunicación.
El argumento de la red social es comprensible; considera que la «actividad no auténtica» es mala para la comunidad. Es algo que ya ha empezado a repercutir en las estrategias de marketing digital de las marcas. Según el informe de Trust Insights, la relevancia de los «influencers» de moda -una de las áreas con más proyección- se ha reducido en un 44% sólo este año. Los expertos consideran que la burbuja «influencer» ha explotado. «El tema no es tanto el buscar el tema de cantidad, aunque es importante, pero también lograr resultados. Y es donde Instagram ha empezado a trabajar esa parte para poder meter a más socios, agencias que puedan acceder a la información o prescriptores», añade.
A su juicio, un problema que tiene Instagram es la confianza por culpa de prescriptores e «influencers» que tienen muchos usuarios pero, luego, no son capaces de vender nada cuando han creado sus tiendas digitales. «Ocultar una métrica que se ha convertido en estándar dentro de la industria es un buen movimiento porque ese número [el número de me gusta] no demuestra nada», sostiene Mucientes, al tiempo que se muestra tajante: «es una interacción que no demuestra nada».
En sintonía se encuentra Ana Aldea, responsable de Data Social, agencia de marketing digital, que considera, sin embargo, que la «la burbuja de los influencers se estaba desinflando» antes de que se quiten los likes. «Si tienes mucha exposición pero no produces acciones concretas no vale para mucho. El like por el like no vale nada», sostiene en conversación por vía telefónica. En su opinión, de hecho, el «me gusta» representa una métrica de vanidad que «a todos nos hace felices», pero no es un motivo importante para hacer un negocio. «Las empresas serias no se van a ver afectadas, pero sí la gente que estaba haciendo campañas con métricas que no tienen fondo. Hay mucho pseudo influencer que tiene muchos likes comprados y se van a ver muy afectados; la pregunta es si hay marcas que confían en esa gente», añade.