Indignación y psicosis por el ataque a los manifestantes en Hong Kong

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A una hora del centro de Hong Kong en tren, al llegar al distrito de Yuen Long se ven los rascacielos de Shenzhen, al otro lado de la frontera en China. Su estación, que ayer estaba desierta y tenía sus tiendas tan cerradas como las del adyacente centro comercial Yoho, fue asaltada el domingo por la noche por una turbamulta de hombres vestidos de blanco. Armados con palos y cañas de bambú, atacaron brutalmente a todo aquel que iba de negro, el color de los manifestantes contra la ley de extradición a China, o parecía que venía de las protestas en el centro de la isla, donde miles de jóvenes se enfrentaban a la Policía tras una nueva marcha multitudinaria.

Como muestran los vídeos de las redes sociales, el ataque fue tan salvaje que dejó numerosos contusionados y 45 heridos fueron hospitalizados. La Policía no apareció hasta 35 minutos después, cuando los asaltantes ya se habían marchado, y no detuvo a nadie, pese a que los agentes se cruzaron con varios que portaban barras y palos. Tras la indignación que ha desatado su pasividad, la Policía arrestó ayer a seis personas, pero eso no le va a librar del sambenito de connivencia con los atacantes.

Formando un grupo de entre 200 y 300, según testigos consultados por ABC, se sospecha que son matones pagados por las triadas y simpatizantes del autoritario régimen de Pekín, furiosos con los manifestantes por haber vandalizado el domingo la Oficina de Enlace del Gobierno chino. «Me enviaron un mensaje para ir a recoger una máscara y una caña, pero ya he dejado eso porque acabo de tener un bebé», nos cuenta Powes, un ingeniero tecnológico de unos treinta años que conoce a las sociedades «subterráneas» de la zona, como se llama aquí a las mafias, porque de joven bebía y alternaba con sus miembros. Aunque explica que algunos asaltantes eran paquistaníes y emigrantes del sur de Asia, «a los que les habían pagado la cena», asegura que la mayoría fueron vecinos de mediana edad leales a China que no quieren que vengan los manifestantes a protestar contra el régimen del Partido Comunista.

Falta de personal
«Proteger Yuen Long, proteger nuestro hogar», rezan unos carteles pegados camino de la estación que una joven, partidaria de las protestas, raja con su paraguas con rabia. Minutos después, otro vecino que pasa por allí, un profesor jubilado que se hace llamar Tío Fung, maldice que rompan los carteles y culpa a las manifestantes de la creciente división en la sociedad hongkonesa. «China es nuestro país. ¿Por qué lo insultan y atacan nuestros edificios y a la Policía?», se pregunta mientras nos enseña en el móvil un vídeo de un numeroso grupo de jóvenes vestidos de negro pegando a tres hombres ataviados de blanco. «Ellos atacaron primero», asegura con vehemencia.

Pero Alex, uno de los empleados de la estación de tren, detalla que «el grupo de blanco entró pegándole a todo el mundo y destrozándolo todo, mientras la Policía se ocultaba en su comisaría, yo tenía que esconderme en la oficina del personal». Tanto la jefa del Gobierno local, Carrie Lam, como el comisario de Policía, Stephen Lo, condenaron ayer la violencia y atribuyeron el retraso a la falta de personal porque la mayoría de los agentes estaban en la isla intentando dispersar a los manifestantes que habían tomado el centro.

Por miedo a un nuevo ataque, las tiendas de Yuen Long y otros distritos de los Nuevos Territorios cerraron a primera hora de la tarde y las calles se quedaron desiertas. Pero los manifestantes han prometido volver el domingo para mostrar su rechazo a las triadas de Yuen Long, donde todo es blanco o negro.