Boris en el estrecho del Brexit

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Con la elección de Boris Johnson como sucesor de Theresa May se abre una de las etapas políticas más difíciles de la historia británica desde el final de la segunda guerra mundial. En poco más de tres meses el país debe salir de la Unión Europea. No hay acuerdo con Bruselas para evitar el shock económico y no queda tiempo en el que negociar casi nada. El hartazgo en Bruselas hacia esta amenaza de desintegración, aún sin resolver, es patente.

Tres años después del fatídico referéndum, conservadores y laboristas siguen divididos sobre cómo hacer realidad el Brexit e incluso debaten si finalmente dar este paso. El tipo de liderazgo que ejerza Boris Johnson será decisivo. Su capacidad de conectar con la militancia tory, la gran autoconfianza que despliega en toda ocasión y la euforia de ver cumplido su sueño no deben cegar al nuevo primer ministro. Gran conocedor de los clásicos, una manera de pensar en la complicada navegación que tiene por delante sería recurrir a la Odisea de Homero, cuando describe el paso por un estrecho canal, con el monstruo Escila a un lado y el remolino Caribdis al otro. Ambos peligros son letales y hay que elegir a cual exponerse. En este caso, el monstruo es su partido, que devora a los jefes de filas que no contentan a sus instintos antieuropeos.

La mayoría de los diputados conservadores compiten en radicalismo con el partido de Nigel Farage. El remolino es el Brexit sin acuerdo, un salto al precipicio que volaría la confianza en la economía. Como hizo Ulises, hay que evitar que se hunda el barco, alejarse de Caribdis y enfrentarse a Escila. La mejor manera de hacerlo es intentar un pacto con la UE basado en modificar en al menos un punto el acuerdo conseguido por May, la duración de la llamada «salvaguarda irlandesa». Si consigue que el régimen transitorio sobre libre circulación de mercancías dentro de la isla de Irlanda no sea indefinido, sino simplemente muy largo (pasar de los 4 años previstos a 8, por ejemplo), Boris podría anunciar un triunfo político, el Reino Unido saldría de la UE en la fecha anunciada y no habría catástrofe económica. Los halcones de su partido entenderían este arreglo como una traición, lo que podría llevar a la convocatoria de elecciones generales, donde el primer ministro utilizaría su popularidad para acallar a la disidencia.

Por su parte, Irlanda se resistiría a quedarse sin la salvaguarda y solo la presión combinada de Alemania y Francia evitaría el bloqueo. Boris Johnson llega a Downing Street con un capital político mayor que su predecesora, aunque debe invertirlo a toda velocidad. Sin duda es más fácil seguir despreciar a los expertos, envolverse en la bandera y buscar un enemigo externo. Pero la navegación por el estrecho del Brexit -tal vez para volver un día a casa- amenaza la supervivencia del barco y requiere la astucia y la frialdad de Ulises.